/ sábado 30 de septiembre de 2017

Otros mariachis en el parque España

1.- Los días más difíciles de sobresaltos como los que ha sufrido el país a lo largo del pesaroso mes de septiembre son siempre los posteriores al azote de la naturaleza. Cuando con las horas y los días vamos asiendo la dimensión de los daños, contar las ausencias, curar a los heridos y dar calor y auxilio a los sufrientes, a veces hasta consolarnos nosotros mismos en la pena y el descalabro. Es cuando el portento de la generosidad, la fe y la entrega de los nuestros y de los que vienen de fuera –que nos hacen sentirlos más nuestros-, nos reconcilia con la vida y nos devuelve la certeza sobre nuestra facultad de respuesta, nuestra capacidad de amor, y nuestra voluntad de superar el trance.

2.- En la medida que nos erguimos ante la reacción gloriosa de nuestra gente, damos su valor a actos de carroñez de unos cuantos, que degradan la condición humana. El que robó su cartera a una muchacha muerta aplastada en su edificio, y usó su tarjeta para comprar mercancía; el chofer de un camión con cascajo del edificio de Álvaro Obregón y se detuvo varias veces a vender la varilla retorcida que llevaba a un tiradero clandestino; los que robaron de los centros de acopio enseres dirigidos a damnificados, entre otras atrocidades, no significan nada en el registro de una sociedad que se vuelca sobre los suyos con el supremo amor de la vida.

3.- Entre esos dos extremos, se pierde aún más de vista la mediocre mezquindad de algunos dirigentes políticos, y que los medio retratan, como todo en el del partido de la decencia, a medias. La afirmación de su exigencia de dar los fondos de los partidos para ayudar a los perjudicados y esto y lo de más allá, y además de una vez suspender los viáticos a los empleados del gobierno, no merece ni la tinta con que se escribe: ni renunció al dinero, y cree que los viáticos con que se mueven soldados, marinos y policías, son para cenar en Lasserre de Paris, como gustan esos que antes se aferraban al yunque, ahora nada más se aferran al numerario.

4.- O el que se retrata –ése sí de cuerpo entero- y se tropieza con su propia e iracunda retórica y propone “donar” los fondos que por ley recibe su secta a la caridad de los urgidos, y de paso vender el avión presidencial. Con el añadido de que al superior de su propio culto se le sacude el sismógrafo con las pifias de su señalada al gobierno de la capital en el caso de la escuela de Tlalpan, donde se le atoró la dialéctica por la que es famosa. La señora se enredó con los permisos, las fechas, las multas y los planos, y debió contradecirse en un tema, un tiempo y una circunstancia que son cruciales en su ruta al Zócalo, que puede hendirse en cosa de segundos.

5.- Ésos son los abnegados mártires de la democracia que propalan a los vientos mensajes de división y encono entre los mexicanos para su propia raja. Son las mentes visionarias que traerán la felicidad última para “el pueblo”, los que simpatizan con quienes asaltan a los muertos y han de comprar varilla retorcida de los escombros sobre los que quieren gobernar. Fingen ignorar que frente a esa casta de amátridas se yergue la solidaridad de una nación en una sola voz de duelo, pero también de unidad ante lo adverso, y de repudio a lo perverso. La limpieza de la política, la dignidad de la persona, y la reconstrucción de lo dañado, no vendrán de redentores de esa calaña.

6.- No quedará pendiente un gesto fraternal, una mano de ayuda y un mensaje de aliento para Oaxaca y Chiapas, cuya tragedia es tan igual y tan distinta; ni olvidar a Puerto Rico, arrasado por un ciclón, desahuciado por Trump, ni faltará un abrazo a Cataluña, víctima de otros adalides de la egolatría.

 

camilo@kawage.com

1.- Los días más difíciles de sobresaltos como los que ha sufrido el país a lo largo del pesaroso mes de septiembre son siempre los posteriores al azote de la naturaleza. Cuando con las horas y los días vamos asiendo la dimensión de los daños, contar las ausencias, curar a los heridos y dar calor y auxilio a los sufrientes, a veces hasta consolarnos nosotros mismos en la pena y el descalabro. Es cuando el portento de la generosidad, la fe y la entrega de los nuestros y de los que vienen de fuera –que nos hacen sentirlos más nuestros-, nos reconcilia con la vida y nos devuelve la certeza sobre nuestra facultad de respuesta, nuestra capacidad de amor, y nuestra voluntad de superar el trance.

2.- En la medida que nos erguimos ante la reacción gloriosa de nuestra gente, damos su valor a actos de carroñez de unos cuantos, que degradan la condición humana. El que robó su cartera a una muchacha muerta aplastada en su edificio, y usó su tarjeta para comprar mercancía; el chofer de un camión con cascajo del edificio de Álvaro Obregón y se detuvo varias veces a vender la varilla retorcida que llevaba a un tiradero clandestino; los que robaron de los centros de acopio enseres dirigidos a damnificados, entre otras atrocidades, no significan nada en el registro de una sociedad que se vuelca sobre los suyos con el supremo amor de la vida.

3.- Entre esos dos extremos, se pierde aún más de vista la mediocre mezquindad de algunos dirigentes políticos, y que los medio retratan, como todo en el del partido de la decencia, a medias. La afirmación de su exigencia de dar los fondos de los partidos para ayudar a los perjudicados y esto y lo de más allá, y además de una vez suspender los viáticos a los empleados del gobierno, no merece ni la tinta con que se escribe: ni renunció al dinero, y cree que los viáticos con que se mueven soldados, marinos y policías, son para cenar en Lasserre de Paris, como gustan esos que antes se aferraban al yunque, ahora nada más se aferran al numerario.

4.- O el que se retrata –ése sí de cuerpo entero- y se tropieza con su propia e iracunda retórica y propone “donar” los fondos que por ley recibe su secta a la caridad de los urgidos, y de paso vender el avión presidencial. Con el añadido de que al superior de su propio culto se le sacude el sismógrafo con las pifias de su señalada al gobierno de la capital en el caso de la escuela de Tlalpan, donde se le atoró la dialéctica por la que es famosa. La señora se enredó con los permisos, las fechas, las multas y los planos, y debió contradecirse en un tema, un tiempo y una circunstancia que son cruciales en su ruta al Zócalo, que puede hendirse en cosa de segundos.

5.- Ésos son los abnegados mártires de la democracia que propalan a los vientos mensajes de división y encono entre los mexicanos para su propia raja. Son las mentes visionarias que traerán la felicidad última para “el pueblo”, los que simpatizan con quienes asaltan a los muertos y han de comprar varilla retorcida de los escombros sobre los que quieren gobernar. Fingen ignorar que frente a esa casta de amátridas se yergue la solidaridad de una nación en una sola voz de duelo, pero también de unidad ante lo adverso, y de repudio a lo perverso. La limpieza de la política, la dignidad de la persona, y la reconstrucción de lo dañado, no vendrán de redentores de esa calaña.

6.- No quedará pendiente un gesto fraternal, una mano de ayuda y un mensaje de aliento para Oaxaca y Chiapas, cuya tragedia es tan igual y tan distinta; ni olvidar a Puerto Rico, arrasado por un ciclón, desahuciado por Trump, ni faltará un abrazo a Cataluña, víctima de otros adalides de la egolatría.

 

camilo@kawage.com

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