/ jueves 23 de agosto de 2018

El desencanto que no fue

El domingo 1 de julio tuvimos elecciones en donde se renovaron 18 mil 299 cargos federales y locales; incluyendo Presidencia de la República y nueve gobiernos de las entidades federativas, alcaldías, presidencias municipales y congresos de los estados.

Habría sido imposible que los comicios llegaran a buen puerto sin el apoyo de 1.4 millones de ciudadanas y ciudadanos que aceptaron ser funcionarios de casilla para recibir y contar los votos de sus vecinos.

Hay distintos estudios que hablan sobre una percepción de alejamiento entre la población y la idea de democracia, el llamado desencanto con los procesos comiciales del continente al que aluden, por ejemplo, los indicadores de Latinobarómetro que en su informe 2017 se mostró preocupado por la caída en casi 35 puntos de la participación electoral en países como Chile, aunque destacaba también el caso de Ecuador en donde 83% el número de electores sí votaron o las legislativas argentinas que entonces alcanzaron un 77%, ahí con voto obligatorio.

En ese estudio el apoyo a la democracia en la región mostraba casos como el de Honduras en donde solo un 34% se mostraba a favor de la idea general de democracia, igual que El Salvador (35%) y Guatemala (36%). México también tenía ahí una cifra muy baja, de apenas un 38%.

Muchas son las razones y contextos que inciden en el ánimo de quien se asume inconforme con el entorno político, por eso no pretendo minimizar o ignorar lo que apunta el Latinobarómetro, pero es un hecho que al momento de abrir las urnas ese 38% de apoyo al modelo de competencia no se expresó ajeno o desencantado con el derecho a emitir el voto. En México las urnas siguen ganando terreno elección tras elección.

Es entonces una decepción con el entorno político y no con la democracia; es con gobiernos o partidos de uno u otro signo, pero no con las urnas, es más, la apuesta por las elecciones se consolida como herramienta privilegiada que se ejerce para expresar ese malestar y detonar cambios, lo que confirma que son más quienes se involucran con el modelo de democracia y lo ejercen. El desencanto no es con la democracia sino en la democracia.

Las cifras de votos nos dicen que el escenario no es tan desalentador como se pensaba en esa parte específica hace algunos meses. En la contienda presidencial de 1994 votaron 35.2 millones de personas, equivalente al 77.16% de la lista nominal, pero esa lista era entonces de apenas 45.7 millones; mientras que el 63.4% de participación que tuvimos en 2018, representa el mayor número de personas votando en la historia, porque fueron 56.6 millones (con una lista nominal de 89.2 millones).

En las últimas elecciones presidenciales no ha disminuido el porcentaje de participación y siempre ha incrementado el número de votantes: El año 2000 tuvo 63.9% de participación, 2006 un 58.5%, 2012 fue de 63% y ahora en 2018 de 63.4%.

En las contiendas presidenciales tenemos ya algunos datos relevantes sobre la geografía de la participación ciudadana en las urnas, es decir, cómo fueron los porcentajes individuales por Estado. En las 32 entidades federativas el porcentaje de votación frente a su respectiva lista nominal fue de más del 50%, lo que significa que en todas y cada una de las entidades fueron más los que votaron y menos los que decidieron abstenerse.


@MarcoBanos

Consejero del INE