Los últimos tres años de la vida de Emilio Lozoya superan en fantasía a las novelas como la Carta Robada, Frankenstein o el Hobbit. Cada suceso supera en lo irreal al anterior. Ya hace varios años que la justicia lo estaba buscando, sin embargo, eso no le preocupaba. Éste nuestro periódico, El Sol de México, nos informó en 2017, lo que Lozoya pensaba de las investigaciones: “…con mucha humildad, tengo recursos y tiempo, para romperles la madre…” Así se expresaba Lozoya de la justicia mexicana.
Y, sucedió lo imposible: un juez le giró una orden de aprehensión. El otrora servidor público huyó a Europa, y aunque se encontraba prófugo esto no impedía que siguiera lanzando balandronadas desde el exilio, por ejemplo: que se sentía traicionado por Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray. En estas declaraciones ya empezaba a mutar de presunto agente de la corrupción a víctima de la misma. ¿Quién sabe cómo se obliga a una persona a comprar y disfrutar casas de millones de dólares? Sabrá Dios y Lozoya.
La extradición de Lozoya no llegó a pleito judicial. Volvió a suceder lo impensable. Éste renunció a sus derechos legales y accedió a la extradición sin ningún problema. Lo anterior, mientras empezaba a negociar con la Fiscalía General de la República las condiciones en que sería acusado. Por fin, el imputado llegó a México para seguir negociando con la Fiscalía General de la República. Allí se suponía que quedaría a disposición de un juez de manera inmediata. Pero volvió a suceder lo improbable. El señor Emilio Lozoya sufrió de una anemia, así que la comprensión de la Fiscalía General de la República lo llevó a uno de los hospitales más caros de México y no al reclusorio. Alguna vez, vi a una persona que compareció ante un juez en silla de ruedas y en plena convalecencia, allí no hubo consideraciones de la FGR.
Los días pasaron, y el imputado no quedaba a disposición de un juez penal. Peor aún, se anunció que las audiencias de Lozoya no serían públicas. El caso que sería el paradigma de combate a la corrupción se llevaría en la opacidad de una videoconferencia, y los reporteros obtendrían información de lo sucedido a través de una aplicación de mensajería celular. Mientras que en Latinoamérica y Estados Unidos de América la televisión acerca a la ciudadanía con la justicia, cómo se puede apreciar en el texto que está en está liga (https://sistemasjudiciales.org/wp-content/uploads/2018/02/9temacentral_jmundaca.pdf), en México las comunicamos por mensajería celular. Este hecho vuelva a caminar por la cornisa de lo quimérico, y da cuenta de lo improbable de esta cadena de eventos.
El señor Lozoya hizo una videoconferencia con el juez penal y se declaró inocente. Nadie le dijo al acusado que no estamos en los Estados Unidos de América ni en una película. En México, el acusado puede declarar sobre los hechos o guardar silencio, sin embargo, se siguió el guion de una serie de televisión como la Ley y el Orden. Más increíble aún, después se manifestó que Lozoya sí participó en los hechos pero como una víctima de un aparato de corrupción. ¿Qué raro que un inocente haya retado a la justicia?, y más raro aún que se declare inocente pero que acuda al criterio de oportunidad para poder hablar de cómo participó en los hechos. En verdad una historia increíble, de la que debemos de estar pendientes de su desenlace.