Hanna Arendt fue la mejor filósofa del siglo XX. Su pensamiento, crítico y audaz la llevó a reflexionar sobre una gran variedad de temas, especialmente sobre acción política y moral. Es necesario regresar al legado de Arendt para comprender la obligación que tenemos todos de escuchar a quienes disienten de las acciones de éste o de cualquier gobierno, así como pensar las formas en cómo nos comunicamos.El diálogo es indispensable en la sociedad, también lo es respetar la ley y cuestionarla al mismo tiempo,lo que va de la mano del derecho de todos los ciudadanos para opinar y ocuparnos de las cosas públicas.
Su libertad de pensamiento la llevó a manifestar posturas “políticamente incorrectas” en cuanto al juicio de un criminal de la segunda guerra, y asumir posturas más profundas sobre el movimiento de derechos civiles en Estados Unidos de América. Para Arendt, no existían los santos ni los demonios, es decir, ni Martin Luther King estuvo exento de la mente crítica de esta filósofa. Algunos miembros de nuestra sociedad podrían regresar a la idea de que no existen santos ni demonios, que podemos evaluar a las personas con muchos más grises y con mayor profundidad.
Nuestro país atraviesa tiempos de cambio, lo cual genera filias y fobias. Estimo que no se debería tratar de una guerra de opiniones en blanco y negro. Tampoco se trata de empujar ideas tibias o suaves, sino de generar una comunicación eficiente entre todos los actores y respetar la Constitución General de la República. En alguna ocasión, Arendt sostuvo en un debate público la necesidad de desconfiar del Estado y la obligación de que éste respete los derechos constitucionales, en otras palabras, la importancia de poder cuestionar y hablar sobre cualquier cosa a partir del respeto a los derechos constitucionales.
Arendt vivió un tiempo donde el mimeógrafo era fundamental para difundir las ideas. Hoy en día, la existencia de las redes sociales redefinió el cómo se expanden las ideas, las críticas y las réplicas. Depender de una maquina para hacer copias y difundir el pensamiento, tal vez y solo tal vez, daba lugar a un debate más pausado. La velocidad de las redes sociales, el número de seguidores, el símbolo de me gusta y la posibilidad de replicar en tiempo real transformaron la libertad de expresión, para bien y para mal. Estamos en el tránsito en que la acción comunicativa se ajuste a esta nueva dinámica y se encuentren cauces para hacerla más eficiente.
Nuestra filósofa hizo una distinción fundamental, a saber: la del “buen ciudadano” y “la de buena persona”. La buena persona lleva a cabo sus comentarios en privado y concordancia con sus convicciones, objeciones y críticas (lo cual es moral). El buen ciudadano ejerce una acción política en conjunción con otras personas que comparten sus convicciones e ideales (cuestión política y moral). Lo anterior también sucede en las redes sociales. Las buenas personas ejercen su libertad de expresión y réplica conforme a sus convicciones e ideales. Los buenos ciudadanos están en la línea de una acción política en su expresión. Lo que nunca se imaginó Arendt fue la existencia de bots, la fuerza del anonimato, las discusiones que rebasaban fronteras y la capacidad para incidir en amplios grupos sociales desde un teléfono móvil o una computadora.
Querido lector, estamos en la espera de que otra Arendt nos oriente con franqueza, profundidad, respetuosa, pero sin corta pisas, sobre lo que debe suceder con esta nueva forma de comunicación.