/ sábado 24 de agosto de 2019

La moviola

Había una vez un referente


Easy rider.

Es el material con el que se construyen los sueños. En Érase una vez en Hollywood (Quentin Tarantino, 2019), el referente de la cultura pop se convierte en postulado e ideario artístico. Porque el más reciente filme del otrora Enfant terrible del mundo del cine y ahora adocenado director, construye su narrativa basada en citas del universo del entretenimiento. La frase inicial por cierto es de El Halcón maltés (John Huston, 1941).

Y ese mundo pop, ese universo del entretenimiento vive en dos vías. La primera es la pequeña historia de Hollywood, que se cuenta a través de un par de perdedores, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), un actor de reparto medio conocido que vivió glorias pasadas y su doble de riesgo, el cínico y rugoso Cliff Booth (Brad Pitt), quien siente una pasión reverencial por el mediocre histrión y que además es un alter ego casi neurótico de Rick. A través de este par de marginales, casi simpáticos, veremos cómo era el mundo del cine en 1969.

La segunda vía es más amplía, aunque menos evidente: Veremos un momento particular de Estados Unidos -el último año de la década de los sesenta-, y los acontecimientos previos a la muerte de Sharon Tate, -quien en el filme es interpretada -de forma afortunada- por Margot Robbie. Estos hechos dan una radiografía del devenir norteamericano previo al fin de la utopía.

Rick y Cliff, son un par de sobrevivientes tarantinescos de mejores épocas, casi como Wyatt (Peter Fonda) y Billy (Dennis Hopper) en Easy rider (Dennis Hopper, 1969). La utopía y eludir un fracaso que casi se ha asumido es la trayectoria que siguen.

Pero Tarantino hace sus fintas en este publicitado filme. Por un lado da gusto a su público, en su mayoría de temperamento adolescente, con manejo impecable de la violencia bella y estética. Se regodea además en ser un referente de su propia cinematografía y por el otro, va de fondo a analizar una cultura actual –la pop- y una época. Hay algo salvaje y melancólico en el resultado.

Ya no vemos más al cineasta que sorprendió a la industria en 1994 al ganar la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes, previo descubrimiento de Pierre Rissient, y sí un cómodo director que camina en un trayecto sin riesgo. A pesar de lo anterior, el filme funciona por ser un honesto postulado de influencias y una descarnada y cínica crítica del cine dentro del cine.

Fábula de lo esperpéntico hollywoodense, Érase una vez… comprueba que Tarantino no inventó el agua caliente, pero se da sus buenos baños. Hay cierta indulgencia que surge al ver la brutal y salvaje naturalidad de los personajes protagónicos. Después de todo, en esto de los sueños, todos somos un poco Rick.



Había una vez un referente


Easy rider.

Es el material con el que se construyen los sueños. En Érase una vez en Hollywood (Quentin Tarantino, 2019), el referente de la cultura pop se convierte en postulado e ideario artístico. Porque el más reciente filme del otrora Enfant terrible del mundo del cine y ahora adocenado director, construye su narrativa basada en citas del universo del entretenimiento. La frase inicial por cierto es de El Halcón maltés (John Huston, 1941).

Y ese mundo pop, ese universo del entretenimiento vive en dos vías. La primera es la pequeña historia de Hollywood, que se cuenta a través de un par de perdedores, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), un actor de reparto medio conocido que vivió glorias pasadas y su doble de riesgo, el cínico y rugoso Cliff Booth (Brad Pitt), quien siente una pasión reverencial por el mediocre histrión y que además es un alter ego casi neurótico de Rick. A través de este par de marginales, casi simpáticos, veremos cómo era el mundo del cine en 1969.

La segunda vía es más amplía, aunque menos evidente: Veremos un momento particular de Estados Unidos -el último año de la década de los sesenta-, y los acontecimientos previos a la muerte de Sharon Tate, -quien en el filme es interpretada -de forma afortunada- por Margot Robbie. Estos hechos dan una radiografía del devenir norteamericano previo al fin de la utopía.

Rick y Cliff, son un par de sobrevivientes tarantinescos de mejores épocas, casi como Wyatt (Peter Fonda) y Billy (Dennis Hopper) en Easy rider (Dennis Hopper, 1969). La utopía y eludir un fracaso que casi se ha asumido es la trayectoria que siguen.

Pero Tarantino hace sus fintas en este publicitado filme. Por un lado da gusto a su público, en su mayoría de temperamento adolescente, con manejo impecable de la violencia bella y estética. Se regodea además en ser un referente de su propia cinematografía y por el otro, va de fondo a analizar una cultura actual –la pop- y una época. Hay algo salvaje y melancólico en el resultado.

Ya no vemos más al cineasta que sorprendió a la industria en 1994 al ganar la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes, previo descubrimiento de Pierre Rissient, y sí un cómodo director que camina en un trayecto sin riesgo. A pesar de lo anterior, el filme funciona por ser un honesto postulado de influencias y una descarnada y cínica crítica del cine dentro del cine.

Fábula de lo esperpéntico hollywoodense, Érase una vez… comprueba que Tarantino no inventó el agua caliente, pero se da sus buenos baños. Hay cierta indulgencia que surge al ver la brutal y salvaje naturalidad de los personajes protagónicos. Después de todo, en esto de los sueños, todos somos un poco Rick.