/ sábado 9 de diciembre de 2017

La respetabilidad de las Fuerzas Armadas

Es cierto, en los días recientes nuestras Fuerzas Armadas han estado en el centro de las noticias por la aprobación de la Ley de Seguridad Interior. Algunas voces han dicho, sin razón, que se busca militalizar al país; otras, no solo de servidores públicos, también de especialistas, subrayan que solo se está normando una situación, una acción que ya está en las calles: la actuación del Ejército y la Marina en casos de narcotráfico, de inseguridad en ciertas regiones del país.

Pero el objeto de este comentario no es analizar el tema de la Ley de Seguridad Interior, sino advertir y, en su caso, recordar y dejar sobre la mesa otros temas que tienen que ver con nuestras Fuerzas Armadas, pero que se nos olvidan con mucha facilidad. El Ejército y la Marina no están en las calles, en acciones de vigilancia y de intervención policiaca por su gusto. Los soldados obedecen al Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas: el Presidente de la República. Y, recordemos, los últimos dos presidentes decidieron enviar a los soldados y a los marinos a las calles para auxiliar a la población en situaciones de vida o muerte.

Estábamos acostumbrados, hasta antes de la identificada guerra contra el narco, a ver a soldados y marinos exclusivamente en labores de auxilio a la población, pero era otro tipo de auxilio: en inundaciones, en derrumbes, en desgracias y pérdidas por causas de la naturaleza.

Ahí estaban los soldados y marinos para buscar desaparecidos, para montar albergues y preparar alimentos; para curar enfermos y trasladarlos a hospitales. Los veíamos reconstruyendo casas y caminos, levantando puentes, e incluso organizando juegos deportivos con los propios damnificados, con sus hijos, para entretenerse un rato y dar algo de recreación a los que vivían momentos de desgracia.

De niños, en la escuela nos enseñaban que los soldados y los marinos eran los que resguardaban la seguridad de nuestra patria, en tierra, aire y mar, y que ser soldado, vestir el verde del Ejército o el blanco inmaculado de la Marina eran orgullos que se llevaban en el corazón. Por esa misma educación, por ese mismo orgullo, el Ejército y la Marina eran (y son) instituciones de respeto, baluarte del Estado mexicano.

Los desfiles del 16 de septiembre los esperábamos ansiosos para ver a soldados y marinos elegantemente vestidos, disciplinados y marciales, marcando el paso de la marcha. Los toques, los redobles de las bandas de guerras, uniformes, vibrantes nos emocionaban y hacían sentir que, en efecto, ahí estaba parte del orgullo nacional, de haber nacido en México, de ser ¡mexicanos!

 Los tiempos cambiaron, pero no cambiaron ni el respeto ni la respetabilidad por las Fuerzas Armadas. Hubo necesidad de llevar al Ejército y a la Marina a las calles para enfrentar fenómenos delincuenciales propios de las sociedades modernas, y esa decisión explica exactamente la fuerza moral, respetabilidad y confianza que nos generan las Fuerzas Armadas y por lo que están, como estaban antes, auxiliando a la población en casos de desastres naturales.

Que no se nos olvide a los mexicanos. No es justo. El Ejército y la Marina nos siguen auxiliando, nos sigue protegiendo; están ahí cuando lo necesitamos; acudimos a su integridad cuando otras autoridades civiles fallan o sus capacidades son insuficientes para cumplir las labores que tienen encomendadas.

Justo es lo que pidieron: normar su acción de auxilio en las calles, porque su principal preocupación, como debiera ser para todos los mexicanos, es conservar su integridad, su fuerza moral para que nos sigan protegiendo, para que sigan siendo parte del orgullo de ser mexicanos.

 

Senador por el PRI

Es cierto, en los días recientes nuestras Fuerzas Armadas han estado en el centro de las noticias por la aprobación de la Ley de Seguridad Interior. Algunas voces han dicho, sin razón, que se busca militalizar al país; otras, no solo de servidores públicos, también de especialistas, subrayan que solo se está normando una situación, una acción que ya está en las calles: la actuación del Ejército y la Marina en casos de narcotráfico, de inseguridad en ciertas regiones del país.

Pero el objeto de este comentario no es analizar el tema de la Ley de Seguridad Interior, sino advertir y, en su caso, recordar y dejar sobre la mesa otros temas que tienen que ver con nuestras Fuerzas Armadas, pero que se nos olvidan con mucha facilidad. El Ejército y la Marina no están en las calles, en acciones de vigilancia y de intervención policiaca por su gusto. Los soldados obedecen al Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas: el Presidente de la República. Y, recordemos, los últimos dos presidentes decidieron enviar a los soldados y a los marinos a las calles para auxiliar a la población en situaciones de vida o muerte.

Estábamos acostumbrados, hasta antes de la identificada guerra contra el narco, a ver a soldados y marinos exclusivamente en labores de auxilio a la población, pero era otro tipo de auxilio: en inundaciones, en derrumbes, en desgracias y pérdidas por causas de la naturaleza.

Ahí estaban los soldados y marinos para buscar desaparecidos, para montar albergues y preparar alimentos; para curar enfermos y trasladarlos a hospitales. Los veíamos reconstruyendo casas y caminos, levantando puentes, e incluso organizando juegos deportivos con los propios damnificados, con sus hijos, para entretenerse un rato y dar algo de recreación a los que vivían momentos de desgracia.

De niños, en la escuela nos enseñaban que los soldados y los marinos eran los que resguardaban la seguridad de nuestra patria, en tierra, aire y mar, y que ser soldado, vestir el verde del Ejército o el blanco inmaculado de la Marina eran orgullos que se llevaban en el corazón. Por esa misma educación, por ese mismo orgullo, el Ejército y la Marina eran (y son) instituciones de respeto, baluarte del Estado mexicano.

Los desfiles del 16 de septiembre los esperábamos ansiosos para ver a soldados y marinos elegantemente vestidos, disciplinados y marciales, marcando el paso de la marcha. Los toques, los redobles de las bandas de guerras, uniformes, vibrantes nos emocionaban y hacían sentir que, en efecto, ahí estaba parte del orgullo nacional, de haber nacido en México, de ser ¡mexicanos!

 Los tiempos cambiaron, pero no cambiaron ni el respeto ni la respetabilidad por las Fuerzas Armadas. Hubo necesidad de llevar al Ejército y a la Marina a las calles para enfrentar fenómenos delincuenciales propios de las sociedades modernas, y esa decisión explica exactamente la fuerza moral, respetabilidad y confianza que nos generan las Fuerzas Armadas y por lo que están, como estaban antes, auxiliando a la población en casos de desastres naturales.

Que no se nos olvide a los mexicanos. No es justo. El Ejército y la Marina nos siguen auxiliando, nos sigue protegiendo; están ahí cuando lo necesitamos; acudimos a su integridad cuando otras autoridades civiles fallan o sus capacidades son insuficientes para cumplir las labores que tienen encomendadas.

Justo es lo que pidieron: normar su acción de auxilio en las calles, porque su principal preocupación, como debiera ser para todos los mexicanos, es conservar su integridad, su fuerza moral para que nos sigan protegiendo, para que sigan siendo parte del orgullo de ser mexicanos.

 

Senador por el PRI