/ domingo 4 de marzo de 2018

Una embajadora excepcional

1.-Existe en México una figura pública que invariablemente ocupa la atención nacional a donde vaya, a lo que diga –sobre todo lo que no diga-, y que por antonomasia es vista con antipatía y escepticismo por decirlo con suavidad, cuando no con temor y predispuesta mala fe, casi siempre provocada por el propio personaje. No es secretario del Gabinete, gobernador ni cabecilla de una ONG del tipo del Instituto Nacional Electoral o la comisión de los derechos humanos. Se trata del embajador de Estados Unidos en México y, como dice la anécdota atribuida a Ronald Reagan, si no lo vapulean los periódicos y no lo detesta el gobierno, lo que parece venir implícito en la tarea, no está haciendo bien su trabajo.

2.-Pues hace muchas décadas que la Embajada gringa en México no tenía una cabeza que fuera tan apreciada por el gobierno y respetada en la Cancillería; tan querida por quienes la conocen y la tratan, y que concitara una predeterminada simpatía hacia su persona y su palabra como la señora Jacobson, sobre todo cuando se sabía su inclinación por la candidata Clinton, que había sido su jefa en el Departamento de Estado, y su pulcro desprecio al abonero de Manhattan que incluso se tomó un año para removerla del cargo. La embajadora se fundió con un país que conocía, se dio a querer y a respetar.

3.-Debe haberse divertido como ni sospechaba, doña Roberta. Solo figurarse los reportes que debía enviar a C Street describiendo a un personaje mezcla rara de cacique de los 50 y remedo del duce italiano; reventador post-hippie y predicador de la octava túnica; elocuente orador de la media frase y timador de serpientes y además candidato a la presidencia de un país que de verdad existe. Muchas letras clásicas debe haber absorbido la diplomática para explicar un síndrome obsesivo de los mexicanos por el automartirio.

4.-Otros ratos habrán sido bien bochornosos para la elegante profesional. Como cuando debió enterarse por el Servicio Secreto de la vergonzosa visita del candidato que vino a romper vidrios y dar al traste con la labor que ella había tejido; o cuando supo que ganó, y debió sufrir la frustración de un esfuerzo desperdiciado –y que incluso un vivillo que se autodesignó su sustituto la hiciera menos-. Y aunque se habrá sentido consolada cuando debió explicar en Relaciones los dislates y baladronadas de su presidente, seguro sintió el sofoco y la pena del funcionario patriota y leal que tiene que justificar a un maniaco.

5.-Muy premiada y gratificada dejará su cargo la embajadora Jacobson, de haber recorrido el país como lo hizo. De concluir una carrera de servicio público ejemplar con el fruto de un cultivo de inteligencia, sensibilidad y preparación envidiables, dentro de su país y fuera. Seguramente por esas calidades se entendió tan bien con los diplomáticos mexicanos de Carrera, que reconocen una colega distinguida cuando se la encuentran.

6.-Por ese profesionalismo, tal vez no se sepa si se dio el enorme gusto de botarle el cargo al zafio que echó a perder su trabajo, o se limitó a entregar su renuncia. Sin prejuicio de un sucesor que venga a cuidarle sus negocios a Trump como se adelanta, México la va a extrañar.

camilo@kawage.com

1.-Existe en México una figura pública que invariablemente ocupa la atención nacional a donde vaya, a lo que diga –sobre todo lo que no diga-, y que por antonomasia es vista con antipatía y escepticismo por decirlo con suavidad, cuando no con temor y predispuesta mala fe, casi siempre provocada por el propio personaje. No es secretario del Gabinete, gobernador ni cabecilla de una ONG del tipo del Instituto Nacional Electoral o la comisión de los derechos humanos. Se trata del embajador de Estados Unidos en México y, como dice la anécdota atribuida a Ronald Reagan, si no lo vapulean los periódicos y no lo detesta el gobierno, lo que parece venir implícito en la tarea, no está haciendo bien su trabajo.

2.-Pues hace muchas décadas que la Embajada gringa en México no tenía una cabeza que fuera tan apreciada por el gobierno y respetada en la Cancillería; tan querida por quienes la conocen y la tratan, y que concitara una predeterminada simpatía hacia su persona y su palabra como la señora Jacobson, sobre todo cuando se sabía su inclinación por la candidata Clinton, que había sido su jefa en el Departamento de Estado, y su pulcro desprecio al abonero de Manhattan que incluso se tomó un año para removerla del cargo. La embajadora se fundió con un país que conocía, se dio a querer y a respetar.

3.-Debe haberse divertido como ni sospechaba, doña Roberta. Solo figurarse los reportes que debía enviar a C Street describiendo a un personaje mezcla rara de cacique de los 50 y remedo del duce italiano; reventador post-hippie y predicador de la octava túnica; elocuente orador de la media frase y timador de serpientes y además candidato a la presidencia de un país que de verdad existe. Muchas letras clásicas debe haber absorbido la diplomática para explicar un síndrome obsesivo de los mexicanos por el automartirio.

4.-Otros ratos habrán sido bien bochornosos para la elegante profesional. Como cuando debió enterarse por el Servicio Secreto de la vergonzosa visita del candidato que vino a romper vidrios y dar al traste con la labor que ella había tejido; o cuando supo que ganó, y debió sufrir la frustración de un esfuerzo desperdiciado –y que incluso un vivillo que se autodesignó su sustituto la hiciera menos-. Y aunque se habrá sentido consolada cuando debió explicar en Relaciones los dislates y baladronadas de su presidente, seguro sintió el sofoco y la pena del funcionario patriota y leal que tiene que justificar a un maniaco.

5.-Muy premiada y gratificada dejará su cargo la embajadora Jacobson, de haber recorrido el país como lo hizo. De concluir una carrera de servicio público ejemplar con el fruto de un cultivo de inteligencia, sensibilidad y preparación envidiables, dentro de su país y fuera. Seguramente por esas calidades se entendió tan bien con los diplomáticos mexicanos de Carrera, que reconocen una colega distinguida cuando se la encuentran.

6.-Por ese profesionalismo, tal vez no se sepa si se dio el enorme gusto de botarle el cargo al zafio que echó a perder su trabajo, o se limitó a entregar su renuncia. Sin prejuicio de un sucesor que venga a cuidarle sus negocios a Trump como se adelanta, México la va a extrañar.

camilo@kawage.com

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