/ sábado 6 de abril de 2019

La moviola


La voz de la taquilla


@lamoviola

El asunto con La voz de la igualdad (On the basis of sex/ Mimi Leder,2018), es que no tiene medias tintas, carece de segundas lecturas o subtextos. No engaña pero tampoco sorprende. Un discurso de corrección política impecable que se ajusta a las coyunturas sociales y elude cualquier tipo de astucia.

Para tal hazaña está al mando la hábil artesana Mimi Leder, quien saltó a la fama luego de dirigir algunos episodios del drama hospitalario ER (1994-2009) y de los blockbusters de medio cachete El pacificador en 1997 e Impacto profundo un año después. La cineasta pues, tiene oficio y en La voz de la igualdad, le saca provecho, pero no ventaja.

En medio de un guion plano autoría de Daniel Stielpleman, conocemos la historia real de Ruth Bader Ginsburg (Felicity Jones), jueza de la Suprema Corte de Estados Unidos, quien ha dedicado su carrera para promover la igualdad de género. Y hasta aquí todo muy bien, el problema no son las intenciones primarias sino el trayecto del relato.

El filme se enfoca –sobre todo- a contar un caso, en el que un hombre que cuida a su madre le son negados beneficios fiscales. Ruth Bader Ginsburg, será la encargada de defenderlo. Pero también aborda la lucha de la abogada por abrirse paso en el mundo jurídico estadounidense, donde el machismo prevalece.

La película tiene tres actos, en el primero vemos a la joven estudiante de derecho y novel litigante, cuidar a su enfermo marido, Martin (Armie Hammer), mientras tiene que soportar los comentarios machistas de sus maestros, en el segundo acto, presenciamos un lento ascenso profesional en donde también las mujeres deben batallar con viejas costumbres.

El tercer acto es el plato fuerte del largometraje, pero llega ya tarde para el espectador: el desarrollo jurídico del caso antes mencionado. Esta parte es la de mayor peso genérico, y la que tiene los momentos de mayor suspenso cinematográfico.

El problema también es que los personajes de La voz de la igualdad son unidimensionales: los hombres –en su mayoría- son incapaces de comprender las capacidades de Ginsburg y funcionan sin matices como antagonistas del filme y la abogada es un personaje más bien autómata, que da esbozos de motivaciones sentimentales, sobre todo ante su activista hija Jane (Cailey Spaeny) y el en todo momento comprensivo Martin, pero que a pesar de la gran riqueza social y de coyuntura que posee el personaje, por momentos se siente sin alma. Digamos esquemático y pedagógico.

Dos ejemplos de personajes con el mismo tono que llegan a buen término: la Erin Brockovich de Julia Roberts y la trilogía literaria de A.S. Byatt, The Frederica Quarte.

Twitter: @lamoviola



La voz de la taquilla


@lamoviola

El asunto con La voz de la igualdad (On the basis of sex/ Mimi Leder,2018), es que no tiene medias tintas, carece de segundas lecturas o subtextos. No engaña pero tampoco sorprende. Un discurso de corrección política impecable que se ajusta a las coyunturas sociales y elude cualquier tipo de astucia.

Para tal hazaña está al mando la hábil artesana Mimi Leder, quien saltó a la fama luego de dirigir algunos episodios del drama hospitalario ER (1994-2009) y de los blockbusters de medio cachete El pacificador en 1997 e Impacto profundo un año después. La cineasta pues, tiene oficio y en La voz de la igualdad, le saca provecho, pero no ventaja.

En medio de un guion plano autoría de Daniel Stielpleman, conocemos la historia real de Ruth Bader Ginsburg (Felicity Jones), jueza de la Suprema Corte de Estados Unidos, quien ha dedicado su carrera para promover la igualdad de género. Y hasta aquí todo muy bien, el problema no son las intenciones primarias sino el trayecto del relato.

El filme se enfoca –sobre todo- a contar un caso, en el que un hombre que cuida a su madre le son negados beneficios fiscales. Ruth Bader Ginsburg, será la encargada de defenderlo. Pero también aborda la lucha de la abogada por abrirse paso en el mundo jurídico estadounidense, donde el machismo prevalece.

La película tiene tres actos, en el primero vemos a la joven estudiante de derecho y novel litigante, cuidar a su enfermo marido, Martin (Armie Hammer), mientras tiene que soportar los comentarios machistas de sus maestros, en el segundo acto, presenciamos un lento ascenso profesional en donde también las mujeres deben batallar con viejas costumbres.

El tercer acto es el plato fuerte del largometraje, pero llega ya tarde para el espectador: el desarrollo jurídico del caso antes mencionado. Esta parte es la de mayor peso genérico, y la que tiene los momentos de mayor suspenso cinematográfico.

El problema también es que los personajes de La voz de la igualdad son unidimensionales: los hombres –en su mayoría- son incapaces de comprender las capacidades de Ginsburg y funcionan sin matices como antagonistas del filme y la abogada es un personaje más bien autómata, que da esbozos de motivaciones sentimentales, sobre todo ante su activista hija Jane (Cailey Spaeny) y el en todo momento comprensivo Martin, pero que a pesar de la gran riqueza social y de coyuntura que posee el personaje, por momentos se siente sin alma. Digamos esquemático y pedagógico.

Dos ejemplos de personajes con el mismo tono que llegan a buen término: la Erin Brockovich de Julia Roberts y la trilogía literaria de A.S. Byatt, The Frederica Quarte.

Twitter: @lamoviola